En estos días cumplo años biológicos, y años de profesión en el mundo de la terapia Gestalt. Reflexionando sobre el camino recorrido en estos dos aspectos – el personal y el profesional, tan íntimamente ligados, me preguntaba hoy una amiga qué experiencia me gustaría pasar a otras personas, cuál es el aprendizaje más valioso que destacaría.
Con todo lo vivido y aprendido, me quedo con la transparencia, la honestidad – primero conmigo misma, después con los demás. Pararme a clarificar lo que siento, y actuar en consecuencias. Y una de las acciones más habituales a tomar, es comunicar lo que siento y/o quiero, y ahí es donde muchas veces tropezamos. A menudo ocurre que si comunicamos de verdad, con transparencia y honestidad lo que sentimos y queremos, tenemos miedo de que el/la otro/a se… enfade, se niegue, se aparte, se entristezca, se vaya, se……. Y para evitarnos ponernos ante el dolor DEL OTRO (auto-engañándonos, diciéndonos “para no hacerle daño”…), callamos, cedemos, nos conformamos, abdicamos, renunciamos, nos empequeñecemos, nos frustramos…
Años después, aquel asunto que no nos atrevimos a abordar sigue presente, esperando una oportunidad, ese momento de cansancio, esa bronca estúpida, para volver a aparecer con la misma vigencia. Y entonces ya el daño es enorme, se ha acumulado el rencor contra el/la otro/a o contra si mismo, con encima la desesperación por el tiempo “perdido”, las oportunidades malgastadas…
Lo veo a menudo en las terapias de parejas, o en las terapias con personas en proceso de separación. Suelo hacer esta pregunta: cuánto tiempo hace que estás callando? Cuánto tiempo hace que ya te habrías ido? A menudo la respuesta es: hace 4 años, hace 10, hace 15 años… Y entonces pregunto: qué faltó de ti? La respuesta suele ser: no quería hacerle daño, pensé que cambiaría (el/la otro/a), pensé que me adaptaría, me acomodé…
Yo también he vivido la experiencia de tener que comunicar sentimientos dolorosos, he sentido en mi corazón y en mi alma el dolor del final, y el dolor de causarle tristeza al otro. Sé lo difícil que es asumir esa responsabilidad, y más aún cuando la persona que estaba dejando todavía me era querida y apreciada.
También aprecio y me reconozco los valores de coherencia, transparencia y honestidad que ejercité en ese momento, y la paz y tranquilidad interna que me aportaron, a pesar del dolor.
Honestidad para admitir lo que siento, transparencia para comunicarlo, coherencia para asumir las consecuencias. Hoy, pienso que ese es mi mayor aprendizaje, y en ese camino estoy.
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